miércoles, 13 de diciembre de 2017

La situación económica del sureste; una historia que se repite

La Situación Económica del Sureste; una historia que se repite
Por: CPA Ismael Ramos Colón y CPA Josian G. Soto Nazario

La vida de los habitantes de un país gira alrededor de diferentes vertientes del quehacer cotidiano, donde posiblemente el aspecto de la economía resalta a la vista de todos. Y es que la economía permea sobre todos los aspectos de la vida de los pueblos. La economía de Puerto Rico en su evolución histórica ha sido trastocada por intereses extranjeros que poco han beneficiado la integración y desarrollo propio de la economía puertorriqueña. Si nos circunscribimos a lo ocurrido en Puerto Rico con la dominación -económica, política y militar- de los Estados Unidos, podemos encontrar varias experiencias que sustentan esta premisa. Dentro de las primeras décadas de la presencia estadounidense en Puerto Rico, nos encontramos con la moneda que circulaba en la economía puertorriqueña previo al cambio de soberanía en 1898, la cual fue devaluada por el gobierno de los Estados Unidos provocando pérdidas a los puertorriqueños; pérdidas que llevaron a los propietarios de bienes inmuebles a hipotecar sus propiedades en ánimo de contrarrestar su falta de flujo de efectivo para apoyar sus negocios –esta situación se repite hoy en variedad de casos-. Hipotecas que al final del camino resultaron en ejecuciones por parte del capital absentista - como le llamaban al capital extranjero, en esa época en nuestro país- y que al igual que hoy repatriaban sus ganancias dejando poco o ningún beneficio en el tesoro local. Los intereses extranjeros se manifestaron también, al trastocar la industria agrícola puertorriqueña al cambiar de múltiples cultivos al monocultivo de la caña de azúcar. De paso, ese monocultivo de la caña se dio en gran escala en esas tierras que fueron ejecutas a propietarios del patio. Y así como estos relatos a los que hacemos referencia, ocurrieron otros que surtieron unos efectos contraproducentes a los intereses de los puertorriqueños.

Así como la economía de Puerto Rico ha evolucionado desde una agrícola a comienzos del siglo pasado a una de manufactura intensiva en mano de obra; petroquímica; manufactura intensiva en capital (farmacéutica); servicios y más reciente a la economía del conocimiento, la región sureste no ha sido la excepción, y ha vivido esta transformación a lo largo de los pasados 119 años. La economía de nuestra región específicamente en Guayama tiene –aunque en decadencia- la presencia de la industria farmacéutica, comercio y de la agricultura. Salinas y Santa Isabel presentan una presencia agrícola palpable con algunas industrias en el sector de la manufactura y comercio, que incluye, la presencia de alguna megatienda. Municipios como Maunabo, Patillas y Arroyo, más allá del comercio, que se da principalmente en sus cascos urbanos, y de alguna agricultura, que se genere en su territorio, su economía no se extiende más allá. Esta región, en la época dorada de la caña, sus tierras fueron dedicadas casi en su totalidad al este monocultivo con la excepción de algunos frutos que la gente de la época cultivaba para su subsistencia.

Los ciudadanos de la región que no participan activamente en la economía de sus respectivos pueblos dependen de trasladarse a otras ciudades a trabajar.   Entre estos grupos se encuentran variedad de profesionales y obreros diestros. En todo este devenir histórico existe una constante, y gracias a esa constante es que padecemos períodos de estancamiento que no tienen que ver con los ciclos económicos mundiales y si con los intereses económicos de esos grandes capitales ausentes; capitales que nos visitan sólo cuando el congreso mediante sus prerrogativas constitucionales legislan en su favor y les extiende algún beneficio contributivo en el que Puerto Rico pueda participar.

Con este cuadro histórico y presente, analizar la situación económica de nuestra región no presenta otro panorama que no sea uno desolador; además de eso, en cualquier pronóstico se presenta el fenómeno del huracán María; este fenómeno ha destruido la agricultura y ha dejado al descubierto la fragilidad de nuestra infraestructura en varios frentes: electricidad; agua potable; comunicaciones telefónicas y de internet y carreteras. Todas estas facetas de nuestra infraestructura son esenciales para el desarrollo de cualquier actividad económica; una vez afectadas de la forma que las afectó María, la recuperación se torna difícil para cualquier empresa pequeña. El sureste de Puerto Rico y otras áreas de la isla también, presentan una situación de descenso en la economía y una emigración de personas en edad productiva. Este hecho, crea la complicación de que los planes a corto plazo deben incluir retener esa gente en Puerto Rico, y, para eso es necesario ofrecerles alternativas palpables y seguras de trabajo; alternativas que ahora mismo no se les ofrecen. Actualmente, es decir, a la fecha de hoy, cualquier joven recién graduado de universidad o programa técnico vocacional tiene entre sus planes, la consideración de la emigración como parte de su espectro de posibilidades. Cambiar esa perspectiva requiere de alternativas concretas que los últimos gobiernos han fallado en presentar.

Dicho eso, debemos concentrar entonces, en la pequeña empresa puertorriqueña. Este es el verdadero motor de la economía; es  a través de los pequeños y medianos comerciantes que la riqueza nacional llega a su etapa final, que es el consumo. En otras palabras, el pequeño comercio es una forma de estimular la distribución de la riqueza creando una clase empresarial local. Nuestra economía no puede levantarse si no ocurren dos cosas fundamentales: 1. Desarrollo de la producción mediante inversión de capital en infraestructura e industria, 2. Desarrollo de pequeñas empresas de comercio al detal. Para lograr esto es necesario fomentar, ya sea, entre otras cosas, mediante la concesión de facilidades bancarias, beneficios contributivos y seguridad en servicios públicos, el que se produzca en Puerto Rico lo que aquí se consume. Esto incluye –sin limitarnos a ello- tanto industria alimentaria como de ropa y otros bienes de consumo personal que actualmente se importan. Estos elementos en conjunto con otros aspectos de la economía –que se analizarán en próximos artículos- tienen la característica de que se produce riqueza mediante la producción; se generan salarios para que la gente tenga recursos para consumir lo que se produce y se crea un mercado interno cuya demanda está asegurada, precisamente porque los bienes son necesarios y están disponibles porque se producen aquí. Entre los elementos contributivos de esa ecuación, tiene que eximirse al pequeño comerciante de la responsabilidad de recaudar el Impuesto de Ventas y Uso. A través de esa contribución se le ha impuesto al pequeño comerciante una carga –responsabilidad si se quiere decir- administrativa que nada tiene que ver con operar un negocio; además se encarecen los servicios, precisamente porque el comerciante tiene que destinar recursos para mantener una línea administrativa dirigida a servir de recaudador de impuestos en lugar de dedicarse a operar su negocio –que es lo que produce riqueza real-. Esta situación no puede ser postergada por el gobierno; esto tiene que ser atendido ya. Otro elemento contributivo que tiene que ser repensado es la contribución sobre la propiedad mueble, en específico aquella que se impone sobre los inventarios. Por descabellado que parezca -y que en efecto, lo es- una empresa paga impuestos al gobierno por el hecho de tener mercancía disponible para la venta; mercancía que no ha sido vendida y no ha completado su ciclo comercial. ¡Así como se lee! En una empresa cuyo dueño se prepara con el objetivo de tener un inventario para una época en particular, sea esta navidad, verano o día de las madres por citar ejemplos, se penaliza a ese comerciante, por prepararse para satisfacer a sus clientes imponiendo una contribución por el promedio de inventario anual. No solo es descabellado, es retrógrada imponer ese tipo de contribución. Cuando se habla de reforma contributiva este evento es consistentemente ignorado, y en consecuencia, tenemos esa disposición contributiva vigente desde hace más años de lo que es saludable recordar. Una reforma contributiva real tiene que pensarse en términos de estimular el trabajo, la acumulación de capital y desarrollo de capital local; estos tres puntos tienen que ser el punto focal de cualquier ejercicio que pretenda llamarse Plan de Desarrollo Económico.

Cuando uno ve como los cascos urbanos de todos nuestros pueblos languidecen esperando llenarse con actividad económica, en esos momentos, hay que cuestionarse ¿qué hacen nuestros gobiernos y demás entes a cargo del desarrollo económico? ¿Cuál es el objetivo real de estos entes? Esta pregunta tiene que ir más allá de la mera retórica de que “tenemos que ayudar a Puerto Rico” o peor aún “Puerto Rico se levanta”. Este país se va a levantar con la gente que trabaja y buscando alternativas para que nuestros jóvenes se queden y desarrollen su carreras aquí; se va a levantar cuando el pequeño comerciante pueda tener acceso real a fuentes de financiamiento que asuman riegos reales y le incentiven a expandir su negocios y actividad económica. Este país se va a levantar cuando el desarrollo económico se convierta en un objetivo real de nuestro gobierno; nos vamos a levantar cuando la creación de capital puertorriqueño, que se quede en este país, sea la meta principal de cualquier iniciativa de desarrollo económico. Mientras eso no suceda nuestra economía seguirá dependiente de capital extranjero absentista que no tendrá ningún lazo con nuestro futuro. De no tomarse medidas prontamente para atender estos puntos, la única consecuencia lógica será que la historia se repita.