La Situación Económica del Sureste; una historia que se
repite
Por: CPA Ismael Ramos Colón y CPA Josian G. Soto Nazario
La vida de los habitantes de un país gira alrededor de diferentes vertientes
del quehacer cotidiano, donde posiblemente el aspecto de la economía resalta a
la vista de todos. Y es que la economía permea sobre todos los aspectos de la
vida de los pueblos. La economía de Puerto Rico en su evolución histórica ha
sido trastocada por intereses extranjeros que poco han beneficiado la
integración y desarrollo propio de la economía puertorriqueña. Si nos
circunscribimos a lo ocurrido en Puerto Rico con la dominación -económica,
política y militar- de los Estados Unidos, podemos encontrar varias
experiencias que sustentan esta premisa. Dentro de las primeras décadas de la
presencia estadounidense en Puerto Rico, nos encontramos con la moneda que
circulaba en la economía puertorriqueña previo al cambio de soberanía en 1898,
la cual fue devaluada por el gobierno de los Estados Unidos provocando pérdidas
a los puertorriqueños; pérdidas que llevaron a los propietarios de bienes
inmuebles a hipotecar sus propiedades en ánimo de contrarrestar su falta de
flujo de efectivo para apoyar sus negocios –esta situación se repite hoy en
variedad de casos-. Hipotecas que al final del camino resultaron en ejecuciones
por parte del capital absentista - como le llamaban al capital extranjero, en
esa época en nuestro país- y que al igual que hoy repatriaban sus ganancias
dejando poco o ningún beneficio en el tesoro local. Los intereses extranjeros
se manifestaron también, al trastocar la industria agrícola puertorriqueña al
cambiar de múltiples cultivos al monocultivo de la caña de azúcar. De paso, ese
monocultivo de la caña se dio en gran escala en esas tierras que fueron
ejecutas a propietarios del patio. Y así como estos relatos a los que hacemos
referencia, ocurrieron otros que surtieron unos efectos contraproducentes a los
intereses de los puertorriqueños.
Así como la economía de Puerto Rico ha evolucionado desde una agrícola a
comienzos del siglo pasado a una de manufactura intensiva en mano de obra;
petroquímica; manufactura intensiva en capital (farmacéutica); servicios y más
reciente a la economía del conocimiento, la región sureste no ha sido la
excepción, y ha vivido esta transformación a lo largo de los pasados 119 años.
La economía de nuestra región específicamente en Guayama tiene –aunque en
decadencia- la presencia de la industria farmacéutica, comercio y de la agricultura.
Salinas y Santa Isabel presentan una presencia agrícola palpable con algunas
industrias en el sector de la manufactura y comercio, que incluye, la presencia
de alguna megatienda. Municipios como Maunabo, Patillas y Arroyo, más allá del
comercio, que se da principalmente en sus cascos urbanos, y de alguna
agricultura, que se genere en su territorio, su economía no se extiende más
allá. Esta región, en la época dorada de la caña, sus tierras fueron dedicadas
casi en su totalidad al este monocultivo con la excepción de algunos frutos que
la gente de la época cultivaba para su subsistencia.
Los ciudadanos de la región que no participan activamente en la economía de
sus respectivos pueblos dependen de trasladarse a otras ciudades a trabajar. Entre
estos grupos se encuentran variedad de profesionales y obreros diestros. En
todo este devenir histórico existe una constante, y gracias a esa constante es
que padecemos períodos de estancamiento que no tienen que ver con los ciclos
económicos mundiales y si con los intereses económicos de esos grandes
capitales ausentes; capitales que nos visitan sólo cuando el congreso mediante
sus prerrogativas constitucionales legislan en su favor y les extiende algún
beneficio contributivo en el que Puerto Rico pueda participar.
Con este cuadro histórico y presente, analizar la situación económica de
nuestra región no presenta otro panorama que no sea uno desolador; además de
eso, en cualquier pronóstico se presenta el fenómeno del huracán María; este
fenómeno ha destruido la agricultura y ha dejado al descubierto la fragilidad
de nuestra infraestructura en varios frentes: electricidad; agua potable;
comunicaciones telefónicas y de internet y carreteras. Todas estas facetas de
nuestra infraestructura son esenciales para el desarrollo de cualquier
actividad económica; una vez afectadas de la forma que las afectó María, la
recuperación se torna difícil para cualquier empresa pequeña. El sureste de
Puerto Rico y otras áreas de la isla también, presentan una situación de
descenso en la economía y una emigración de personas en edad productiva. Este
hecho, crea la complicación de que los planes a corto plazo deben incluir
retener esa gente en Puerto Rico, y, para eso es necesario ofrecerles
alternativas palpables y seguras de trabajo; alternativas que ahora mismo no se
les ofrecen. Actualmente, es decir, a la fecha de hoy, cualquier joven recién
graduado de universidad o programa técnico vocacional tiene entre sus planes,
la consideración de la emigración como parte de su espectro de posibilidades.
Cambiar esa perspectiva requiere de alternativas concretas que los últimos
gobiernos han fallado en presentar.
Dicho eso, debemos concentrar entonces, en la pequeña empresa puertorriqueña.
Este es el verdadero motor de la economía; es
a través de los pequeños y medianos comerciantes que la riqueza nacional
llega a su etapa final, que es el consumo. En otras palabras, el pequeño
comercio es una forma de estimular la distribución de la riqueza creando una
clase empresarial local. Nuestra economía no puede levantarse si no ocurren dos
cosas fundamentales: 1. Desarrollo de la producción mediante inversión de
capital en infraestructura e industria, 2. Desarrollo de pequeñas empresas de
comercio al detal. Para lograr esto es necesario fomentar, ya sea, entre otras
cosas, mediante la concesión de facilidades bancarias, beneficios contributivos
y seguridad en servicios públicos, el que se produzca en Puerto Rico lo que
aquí se consume. Esto incluye –sin limitarnos a ello- tanto industria
alimentaria como de ropa y otros bienes de consumo personal que actualmente se
importan. Estos elementos en conjunto con otros aspectos de la economía –que se
analizarán en próximos artículos- tienen la característica de que se produce
riqueza mediante la producción; se generan salarios para que la gente tenga
recursos para consumir lo que se produce y se crea un mercado interno cuya
demanda está asegurada, precisamente porque los bienes son necesarios y están
disponibles porque se producen aquí. Entre los elementos contributivos de esa
ecuación, tiene que eximirse al pequeño comerciante de la responsabilidad de
recaudar el Impuesto de Ventas y Uso. A través de esa contribución se le ha
impuesto al pequeño comerciante una carga –responsabilidad si se quiere decir- administrativa
que nada tiene que ver con operar un negocio; además se encarecen los
servicios, precisamente porque el comerciante tiene que destinar recursos para
mantener una línea administrativa dirigida a servir de recaudador de impuestos
en lugar de dedicarse a operar su negocio –que es lo que produce riqueza real-.
Esta situación no puede ser postergada por el gobierno; esto tiene que ser
atendido ya. Otro elemento contributivo que tiene que ser repensado es la
contribución sobre la propiedad mueble, en específico aquella que se impone
sobre los inventarios. Por descabellado que parezca -y que en efecto, lo es-
una empresa paga impuestos al gobierno por el hecho de tener mercancía disponible
para la venta; mercancía que no ha sido vendida y no ha completado su ciclo
comercial. ¡Así como se lee! En una empresa cuyo dueño se prepara con el objetivo de
tener un inventario para una época en particular, sea esta navidad, verano o
día de las madres por citar ejemplos, se penaliza a ese comerciante, por
prepararse para satisfacer a sus clientes imponiendo una contribución por el
promedio de inventario anual. No solo es descabellado, es retrógrada imponer
ese tipo de contribución. Cuando se habla de reforma contributiva este evento es
consistentemente ignorado, y en consecuencia, tenemos esa disposición
contributiva vigente desde hace más años de lo que es saludable recordar. Una
reforma contributiva real tiene que pensarse en términos de estimular el
trabajo, la acumulación de capital y desarrollo de capital local; estos tres
puntos tienen que ser el punto focal de cualquier ejercicio que pretenda
llamarse Plan de Desarrollo Económico.
Cuando uno ve como los cascos urbanos de todos nuestros pueblos languidecen
esperando llenarse con actividad económica, en esos momentos, hay que
cuestionarse ¿qué hacen nuestros gobiernos y demás entes a cargo del desarrollo
económico? ¿Cuál es el objetivo real de estos entes? Esta pregunta tiene que ir
más allá de la mera retórica de que “tenemos que ayudar a Puerto Rico” o peor
aún “Puerto Rico se levanta”. Este país se va a levantar con la gente que
trabaja y buscando alternativas para que nuestros jóvenes se queden y
desarrollen su carreras aquí; se va a levantar cuando el pequeño comerciante
pueda tener acceso real a fuentes de financiamiento que asuman riegos reales y
le incentiven a expandir su negocios y actividad económica. Este país se va a
levantar cuando el desarrollo económico se convierta en un objetivo real de
nuestro gobierno; nos vamos a levantar cuando la creación de capital
puertorriqueño, que se quede en este país, sea la meta principal de cualquier
iniciativa de desarrollo económico. Mientras eso no suceda nuestra economía
seguirá dependiente de capital extranjero absentista que no tendrá ningún lazo
con nuestro futuro. De no tomarse medidas prontamente para atender estos
puntos, la única consecuencia lógica será que la historia se repita.
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