miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuento: ¿Te has fijado que el granizo tiene perlas?



¿Te has fijado que el granizo tiene perlas?




-Leo…levántate que el camino es largo.- Dijo Toya al ver que Leo estaba todavía a su lado y no se levantaba.


-Toya, hace rato estoy despierto. Parece que hoy va a llover, el viento huele a lluvia. Me está raro que la pájara no ha canta’o.- Le respondió él con esa voz de quién acaba de despertar, pero con la dulzura con la que la trataba siempre. Leo era un hombre de aspecto recio, pero de buen trato. 


La “pájara”, así le llamaba Leocadio a la calandria que hacía ya un tiempo lo despertaba en las mañanas con su cantar distintivo. Era para él como un mensajero de la naturaleza, que cada mañana le advertía sobre cosas sobre las que no tenía control. Esa mañana, la pájara estaba silente.


Desde la tarde anterior se notaba una nublazón que cubría todo el cielo, pero no caía nada. Leo se levantó y se vistió para tomarse un buche de café, que ya Toya había colado. Se acercó a las hamacas donde dormían las nenas, Fela y Enriqueta. Dormían como angelitos.

-Apúrate Leo que vas a salir tarde.- Dijo Toya con ese tono de urgencia de la gente que funciona como un reloj.


Larga caminata lo esperaba hasta las “las Cuevas”. Allí trabajaba en esos días, en la construcción de la carretera que llegaría hasta el barrio Carite. Era una cuesta larga por el monte. Pensaba que en el camino cogería par de aguacates de un palo que estaba carga’o y que había llamado su atención la tarde anterior cuando bajaba.


 –Parece que a esta gente no le gustan los aguacates. - Pensaba Leo sobre los dueños de la finca donde estaba el palo. 


-Ahh…. “Perro que come aguacate, cuando se acaba el cosecho, le dá la vuelta al palo”- recordaba Leo ese refrán que le gustaba, y que tanto trabajo le dió entender cuando lo escuchaba de su padre hacía ya tantos años. Se rió para sus adentros.


Un aguacero leve comenzó a sentirse sobre el techo de la casita en que vivía. Una casita pequeña muy cerca de la iglesia, y, cerca del río también. Montada en pilotes la casita se veía de los más acogedora. Era un lugar ideal, un pequeño llanito con espacio suficiente para el fogón y la letrina a distancia prudente. Esa ubicación le daba una sensación apacible que le encantaba. Había comprado ese terreno hacía varios años y poco a poco fue construyendo esa casita de dos cuartos.


-Toya me voy que el compay Manuel está a la vera del camino esperándome. Nos vemos en la tarde mujer. No te olvides de darle comida a la puerca.


Comenzó la caminata para Leo y Manuel camino arriba para llegar al sector dónde era la construcción. Hablaban animadamente de lo buena que estaba la cosecha éste año. Mucho aguacate y los gandules estaban floreciendo. Como si avisaran que en varios meses llegaba la navidad. Corría el mes de septiembre del año de 1928. Aun con la pobreza y las necesidades había sido un buen año. Había trabajado sin parar desde diciembre del ‘27. Eso de por sí, era un logro. Este año iba a poder hacerle un techito a la casa para agradarla un poco. Ya las nenas estaban creciendo y haría falta un poco más de espacio. Y uno nunca sabe si viene otro en camino. Esos mareos extraños de Toya como que le avisaban que venía otro cabezón.


Leo caminaba y hablaba con Manuel, pero le llamaba la atención, que según clareaba el día las aves estaban silenciosas y volando en dirección de la montaña. Eso no era normal.


-Compay, ¿se ha fija'o que los gallos no están cantando? Desde anoche no los escucho. Esta mañana la pájara no cantó en el palo de chinas dónde amanece todos los días.- Comentó Leo a Manuel mientras subían por aquellos caminos húmedos.


-Leo usted yo creo que se imagina esa pájara. Es demasia’o temprano a la hora que usted se levanta pa’que esa calandria cante.- Contestó Manuel a Leo con una sonrisa incrédula.


-Compay esa pájara es mi reloj.- Le dijo Leo en la porfía.


Seguían su camino, pero el día no clareaba igual. Hacia el este se veía un nubarrón intensamente negro y la llovizna los había acompañado todo el trayecto. Esa situación preocupaba a Leo. 


-Así no se pué trabajar en ese pedregal.-  Meditaba Leo sobre la excavación que realizaba para la construcción de esa carretera.


Llegaron al lugar y comenzaron las tareas. A pico y pala harían una zanja para canalizar el agua de lluvia. Ya llevaban una hora de labor y Leo seguía preocupado. La lluvia no amainaba y se sentía un viento que no era usual para esa época del año. El viento movía persistentemente el dozel de los árboles. Ya a esa hora, el sol debería estar tendido sobre las lomas. Pero en cambio reinaba una obscuridad inexplicable. Leo miraba a sus compañeros a los que parecía que el romper del día de esa forma no les afectaba. El viento continuaba y los árboles por momentos se zarandeaban. Fue en ese momento que el capataz de la obra los llamó.


-Leo, Manuel, Anselmo vengan acá.- Le dijo con voz seria a ellos y a otros de la veintena de obreros que allí trabajaban. 


-Yo no veo el tiempo bueno.- Dijo don Bartolo el capataz.


-El barrunto de anoche y esta ventolera al amanecer no son buen augurio. Yo creo que major cada uno de ustedes se va pa’su casa y asegure a su mujer y las crías. Presiento que viene lluvia, mucha lluvia, y si es lluvia con viento hay que moverse pa’ guardar los animales. Váyanse y vengan mañana. Dios me los bendiga.- Les instó don Bartolo.


A Leo se le aceleró el corazón y prestó obediencia ciega a aquella arenga de Don Bartolo. Comenzó el camino de regreso y ya el viento comenzaba a sentirse de forma consistente. Se podia caminar pero daba miedo. Manuel lo seguía apuradamente y en silencio. Tal vez le preocupaba que su camino era más largo que el de Leo y su mujer estaba con un niño pequeño, en aquella casita solitaria del monte.


Ya faltaba poco para llegar a la casa de Leo y el viento ya rugía y daba muestras de que no iba a ceder. En esa parte del camino vieron algunos flamboyanes y almácigos partirse. Eran maderas vidriosas si, pero con el viento usual no ceden tan fácilmente. Leo pensaba que cerca de la casa había un almácigo secándose y con este viento le podia caer encima a la casa. 


-Manuel acelera el paso que esto no pinta bien.- Le dijo Leo con firmeza.


Ya el viento rugía y la lluvia era como aguijones de abejas en todo el cuerpo.


-Mi mujer, las nenas, mi casita carajo.- Pensaba Leo ante la posibilidad de que el viento se la fuera a dañar.


Ya el viento empezaba a hacer destrozos y la gente comenzaba a correr despavorida. Ya Leo veia la iglesia y hacía unos minutos que no veía a Manuel. Parece que había cortado camino para buscar a su mujer y meterse en la tormentera. Leo caminaba y ya veía la iglesia. Estaba jadeante y la lluvia le daba en los ojos y no le permitía ver con claridad. 


-¡Que viento este carajo!- Decía con rabia.


-¡Toya!- Gritaba Leo ya casi al llegar.


-Saca las nenas vamonos pa’ la iglesia que la casa no aguanta. Esto es un temporal. Sálvanos de esto mi Dios. - Gritaba y pensaba Leo mientras corría. 


El viento era inmisericorde. Ya caian los árboles y había visto algunos ranchos en el piso.


Al llegar a la casa ya Toya había metido en un saco algunas cosas y las nenas estaban asustadas como nunca. Leo agarró a Enriqueta y a Fela y se las echó al hombro. Toya se le agarró a la correa del pantalón, y salieron a toda prisa para llegar a la iglesia que estaba cerca. No bien habían salido se sintió una ráfaga destructora que levantó la casita de sus pilotes y la viró patas arriba como si fuera y torta de casabe.


-Dios mío déjame llegar a la iglesia. Protége mi mujer y mis hijas- Imploraba Leo en sus pensamientos.


Salieron de la iglesia dos vecinos que se abrazaron a ellos como para hacer una cadena humana y llegar con seguridad.


Al cerrase la puerta de la iglesia el viento se sentía como una criatura rabiosa que quería destruir todo lo que encontraba a su paso. Ni siquiera podían atisbar por alguna ventana lo que afuera ocurría. Solo el viento inclemente les decía que allí mandaba él a su antojo.


Horas largas aquellas. Las mujeres ensequida comenzaron un rosario con la esperanza de que Dios pusiera su mano. Pero el viento no cedía. Así fue por doce horas. Al cabo de las cuales, el señor viento, decidió ceder su embestida. Poco a poco el rugir fue bajando, pero la lluvia seguía. Ya era tarde en la noche y nadie se aventuraba a salir. Así paso el tiempo y ameneció. Los hombres decidieron salir a ver los destrozos. Seguía lloviendo pero el viento había cesado. El río había crecido, a tal punto, que se había llevado algunas casas cercanas. La casita de Leo era un montón de escombros espacidos por aquella zona destruida.


Regresó al cabo a la iglesia y allí estuvieron varios días en lo que la lluvia amainaba. Por fin al tercer día salió el sol y por fin pudieron ver la magnitud del desastre. Había que comenzar nuevo. Recordaba una historia que le hacía a Enriqueta sobre la paciencia y el tiempo, y sobre como, de un granito de arena, que penetra en la concha de una ostra, eventualmnte surge una perla hermosa. Esa tarde mientras caminaba con su niña Enriqueta le venía esa historia a la mente. De momento y sin aviso en el cielo, comenzó a ocurrir un evento que nunca había visto; caía granizo, al verlo, Enriqueta preguntaba –¿Papá que eso? Parecen bolitas.- Eso es granizo mi niña. Y la niña sonrió juguetona y le dijo –Papá, ¿te has fijado que el granizo tiene perlas?




Fin

No hay comentarios.:

Publicar un comentario