¿Te has fijado que el granizo tiene perlas?
-Leo…levántate que el camino es largo.- Dijo Toya al ver que
Leo estaba todavía a su lado y no se levantaba.
-Toya, hace rato estoy despierto. Parece que hoy va a llover,
el viento huele a lluvia. Me está raro que la pájara no ha canta’o.- Le
respondió él con esa voz de quién acaba de despertar, pero con la dulzura con
la que la trataba siempre. Leo era un hombre de aspecto recio, pero de buen
trato.
La “pájara”, así le llamaba Leocadio a la calandria que hacía
ya un tiempo lo despertaba en las mañanas con su cantar distintivo. Era para él
como un mensajero de la naturaleza, que cada mañana le advertía sobre cosas
sobre las que no tenía control. Esa mañana, la pájara estaba silente.
Desde la tarde anterior se notaba una nublazón que cubría
todo el cielo, pero no caía nada. Leo se levantó y se vistió para tomarse un
buche de café, que ya Toya había colado. Se acercó a las hamacas donde dormían
las nenas, Fela y Enriqueta. Dormían como angelitos.
-Apúrate Leo que vas a salir tarde.- Dijo Toya con ese tono
de urgencia de la gente que funciona como un reloj.
Larga caminata lo esperaba hasta las “las Cuevas”. Allí
trabajaba en esos días, en la construcción de la carretera que llegaría hasta
el barrio Carite. Era una cuesta larga por el monte. Pensaba que en el camino
cogería par de aguacates de un palo que estaba carga’o y que había llamado su
atención la tarde anterior cuando bajaba.
–Parece que a esta
gente no le gustan los aguacates. - Pensaba Leo sobre los dueños de la finca
donde estaba el palo.
-Ahh…. “Perro que come aguacate, cuando se acaba el cosecho,
le dá la vuelta al palo”- recordaba Leo ese refrán que le gustaba, y que tanto
trabajo le dió entender cuando lo escuchaba de su padre hacía ya tantos años.
Se rió para sus adentros.
Un aguacero leve comenzó a sentirse sobre el techo de la
casita en que vivía. Una casita pequeña muy cerca de la iglesia, y, cerca del
río también. Montada en pilotes la casita se veía de los más acogedora. Era un
lugar ideal, un pequeño llanito con espacio suficiente para el fogón y la
letrina a distancia prudente. Esa ubicación le daba una sensación apacible que
le encantaba. Había comprado ese terreno hacía varios años y poco a poco fue
construyendo esa casita de dos cuartos.
-Toya me voy que el compay Manuel está a la vera del camino
esperándome. Nos vemos en la tarde mujer. No te olvides de darle comida a la
puerca.
Comenzó la caminata para Leo y Manuel camino arriba para
llegar al sector dónde era la construcción. Hablaban animadamente de lo buena
que estaba la cosecha éste año. Mucho aguacate y los gandules estaban
floreciendo. Como si avisaran que en varios meses llegaba la navidad. Corría el
mes de septiembre del año de 1928. Aun con la pobreza y las necesidades había
sido un buen año. Había trabajado sin parar desde diciembre del ‘27. Eso de por
sí, era un logro. Este año iba a poder hacerle un techito a la casa para
agradarla un poco. Ya las nenas estaban creciendo y haría falta un poco más de
espacio. Y uno nunca sabe si viene otro en camino. Esos mareos extraños de Toya
como que le avisaban que venía otro cabezón.
Leo caminaba y hablaba con Manuel, pero le llamaba la atención,
que según clareaba el día las aves estaban silenciosas y volando en dirección
de la montaña. Eso no era normal.
-Compay, ¿se ha fija'o que los gallos no están cantando? Desde
anoche no los escucho. Esta mañana la pájara no cantó en el palo de chinas
dónde amanece todos los días.- Comentó Leo a Manuel mientras subían por
aquellos caminos húmedos.
-Leo usted yo creo que se imagina esa pájara. Es demasia’o
temprano a la hora que usted se levanta pa’que esa calandria cante.- Contestó
Manuel a Leo con una sonrisa incrédula.
-Compay esa pájara es mi reloj.- Le dijo Leo en la porfía.
Seguían su camino, pero el día no clareaba igual. Hacia el
este se veía un nubarrón intensamente negro y la llovizna los había acompañado
todo el trayecto. Esa situación preocupaba a Leo.
-Así no se pué trabajar en ese pedregal.- Meditaba Leo sobre la excavación que
realizaba para la construcción de esa carretera.
Llegaron al lugar y comenzaron las tareas. A pico y pala
harían una zanja para canalizar el agua de lluvia. Ya llevaban una hora de
labor y Leo seguía preocupado. La lluvia no amainaba y se sentía un viento que
no era usual para esa época del año. El viento movía persistentemente el dozel
de los árboles. Ya a esa hora, el sol debería estar tendido sobre las lomas.
Pero en cambio reinaba una obscuridad inexplicable. Leo miraba a sus compañeros
a los que parecía que el romper del día de esa forma no les afectaba. El viento
continuaba y los árboles por momentos se zarandeaban. Fue en ese momento que el
capataz de la obra los llamó.
-Leo, Manuel, Anselmo vengan acá.- Le dijo con voz seria a
ellos y a otros de la veintena de obreros que allí trabajaban.
-Yo no veo el tiempo bueno.- Dijo don Bartolo el capataz.
-El barrunto de anoche y esta ventolera al amanecer no son
buen augurio. Yo creo que major cada uno de ustedes se va pa’su casa y asegure
a su mujer y las crías. Presiento que viene lluvia, mucha lluvia, y si es
lluvia con viento hay que moverse pa’ guardar los animales. Váyanse y vengan
mañana. Dios me los bendiga.- Les instó don Bartolo.
A Leo se le aceleró el corazón y prestó obediencia ciega a
aquella arenga de Don Bartolo. Comenzó el camino de regreso y ya el viento
comenzaba a sentirse de forma consistente. Se podia caminar pero daba miedo.
Manuel lo seguía apuradamente y en silencio. Tal vez le preocupaba que su
camino era más largo que el de Leo y su mujer estaba con un niño pequeño, en
aquella casita solitaria del monte.
Ya faltaba poco para llegar a la casa de Leo y el viento ya
rugía y daba muestras de que no iba a ceder. En esa parte del camino vieron
algunos flamboyanes y almácigos partirse. Eran maderas vidriosas si, pero con
el viento usual no ceden tan fácilmente. Leo pensaba que cerca de la casa había
un almácigo secándose y con este viento le podia caer encima a la casa.
-Manuel acelera el paso que esto no pinta bien.- Le dijo Leo
con firmeza.
Ya el viento rugía y la lluvia era como aguijones de abejas
en todo el cuerpo.
-Mi mujer, las nenas, mi casita carajo.- Pensaba Leo ante la
posibilidad de que el viento se la fuera a dañar.
Ya el viento empezaba a hacer destrozos y la gente comenzaba
a correr despavorida. Ya Leo veia la iglesia y hacía unos minutos que no veía a
Manuel. Parece que había cortado camino para buscar a su mujer y meterse en la
tormentera. Leo caminaba y ya veía la iglesia. Estaba jadeante y la lluvia le
daba en los ojos y no le permitía ver con claridad.
-¡Que viento este carajo!- Decía con rabia.
-¡Toya!- Gritaba Leo ya casi al llegar.
-Saca las nenas vamonos pa’ la iglesia que la casa no aguanta.
Esto es un temporal. Sálvanos de esto mi Dios. - Gritaba y pensaba Leo mientras
corría.
El viento era inmisericorde. Ya caian los árboles y había
visto algunos ranchos en el piso.
Al llegar a la casa ya Toya había metido en un saco algunas
cosas y las nenas estaban asustadas como nunca. Leo agarró a Enriqueta y a Fela
y se las echó al hombro. Toya se le agarró a la correa del pantalón, y salieron
a toda prisa para llegar a la iglesia que estaba cerca. No bien habían salido
se sintió una ráfaga destructora que levantó la casita de sus pilotes y la viró
patas arriba como si fuera y torta de casabe.
-Dios mío déjame llegar a la iglesia. Protége mi mujer y mis
hijas- Imploraba Leo en sus pensamientos.
Salieron de la iglesia dos vecinos que se abrazaron a ellos
como para hacer una cadena humana y llegar con seguridad.
Al cerrase la puerta de la iglesia el viento se sentía como
una criatura rabiosa que quería destruir todo lo que encontraba a su paso. Ni
siquiera podían atisbar por alguna ventana lo que afuera ocurría. Solo el
viento inclemente les decía que allí mandaba él a su antojo.
Horas largas aquellas. Las mujeres ensequida comenzaron un
rosario con la esperanza de que Dios pusiera su mano. Pero el viento no cedía.
Así fue por doce horas. Al cabo de las cuales, el señor viento, decidió ceder
su embestida. Poco a poco el rugir fue bajando, pero la lluvia seguía. Ya era
tarde en la noche y nadie se aventuraba a salir. Así paso el tiempo y ameneció.
Los hombres decidieron salir a ver los destrozos. Seguía lloviendo pero el
viento había cesado. El río había crecido, a tal punto, que se había llevado
algunas casas cercanas. La casita de Leo era un montón de escombros espacidos
por aquella zona destruida.
Regresó al cabo a la iglesia y allí estuvieron varios días en
lo que la lluvia amainaba. Por fin al tercer día salió el sol y por fin
pudieron ver la magnitud del desastre. Había que comenzar nuevo. Recordaba una
historia que le hacía a Enriqueta sobre la paciencia y el tiempo, y sobre como,
de un granito de arena, que penetra en la concha de una ostra, eventualmnte
surge una perla hermosa. Esa tarde mientras caminaba con su niña Enriqueta le
venía esa historia a la mente. De momento y sin aviso en el cielo, comenzó a
ocurrir un evento que nunca había visto; caía granizo, al verlo, Enriqueta
preguntaba –¿Papá que eso? Parecen bolitas.- Eso es granizo mi niña. Y la niña
sonrió juguetona y le dijo –Papá, ¿te has fijado que el granizo tiene perlas?
Fin
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